Lectura quincenal

junio 22, 2010
La tenacidad del pensamiento mágico

Rosa Montero

(Maneras de vivir)

Como el sinsentido de la vida es algo muy difícil de tragar, los humanos estamos más que predispuestos a creer en cualquier explicación que dote de cierto orden al Universo. Las religiones son justamente eso, desesperados intentos de traducir el mundo a algo comprensible y armonioso, y el pensamiento mágico cotidiano aspira a hacer lo mismo, sólo que se mantiene unos escalones más abajo de la complejidad de las religiones organizadas. Y cuando hablo de pensamiento mágico me estoy refiriendo a esos juegos mentales tan pueriles que de cuando en cuando nos permitimos. Como, por ejemplo, no creer absolutamente nada en los horóscopos, es más, incluso saber que muchos de ellos están hechos al tuntún por alguien que ni siquiera confía en la astrología (he trabajado en revistas en las que, cuando se retrasaba la colaboración zodiacal, simplemente volvían a publicar cualquier pronóstico del año anterior), pero, aun así, experimentar cierta ínfima alegría si por casualidad lees un augurio estupendo para tu signo. [...]

Y dentro de esa necesidad infantil de orden y consuelo ocupan un lugar especial las coincidencias. Que lance la primera piedra aquella persona que jamás haya jugueteado con una coincidencia y con el estupendo alivio que produce. Ahora estoy de racha, nos decimos al jugar a las cartas, e intentamos apurar nuestra suerte. Voy a ser feliz en este piso porque el edificio tiene el mismo número que el portal de la casa de mi infancia, pensamos, sin atrevernos a enunciarlo en voz alta, cuando llevamos meses buscando un apartamento al que mudarnos. También puede tratarse de una coincidencia negativa, como, por ejemplo, tener un mal presentimiento antes de un viaje porque en la última semana se han caído tres aviones en el mundo. Después resulta que la racha de suerte se acaba y perdemos la partida de cartas, que alquilamos el piso y es un desastre, que nos vamos de viaje y, por fortuna, no pasa nada malo. [...]

Y lo más gracioso es que donde más se manifiesta esa debilidad por las coincidencias es, me parece, en el amor. Tal vez porque el amor pasión ya forma parte por sí mismo del pensamiento mágico. Y así, cuando conocemos a un hombre o a una mujer que nos interesa, nos suele emocionar muchísimo cualquier pequeño detalle compartido, cualquier casualidad que aparentemente nos relacione. ¡Es alucinante! ¿Te quieres creer que de niños vivíamos en el mismo barrio, sin conocernos? O bien: ¡Es alucinante! ¿Sabes que tenemos exactamente el mismo modelo de coche? O quizá: ¡Es alucinante! ¿Te he dicho que me telefoneó justo cuando estaba pensando en volver a llamarle? Todo, hasta la coincidencia más nimia (si se rebusca bien, siempre se encuentra alguna), nos parece alucinante, y prodigioso, y espectacular, una prueba inequívoca de que estamos hechos el uno para el otro, de que los hados han cruzado nuestros caminos, de que el destino existe aunque no hubiéramos creído en él hasta ese momento. Luego, claro, infinidad de veces esa supuesta predestinación se va al garete, la pareja no funciona y la historia se acaba. Y a nosotros se nos olvidan inmediatamente las coincidencias compartidas, se nos olvida que nos creímos marcados por la magia. Y volvemos a ser racionales por un tiempo, hasta que se nos encienda otra vez el corazón [...].


Este texto me llamó mucho la atención cuando lo leí y, la verdad, refleja cosas que todos hemos pensado alguna vez... Disfrutadlo... y reflexionad...

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