Lectura quincenal

octubre 01, 2010
Deseo de ser punk

Belén Gopegui

1

Odiaba su música. Normalmente son los padres los que odian la música de los hijos. Pero es que: uno, yo no tenía música; dos, a ellos les daría igual que la hubiera tenido porque yo no iba vendiéndoles a ellos lo que me gustaba. A lo mejor no debía contártelo. ¿Qué importa? Tener dieciséis años y no tener música. Hay chicas de mi edad que no tienen padres ni familia, ni cama, yo qué sé. Vale, ¿y para qué sirve comparar? Las cosas tienen que estar bien porque lo están, no porque sean mejores o peores que ninguna otra. Mi bolígrafo es perfecto. Plateado, de los que aprietas para que baje la punta. Y tiene recambios. Me gustan los recambios. Hacen que sepa que mi bolígrafo es único, lleva cinco recambios puestos por mí, dos de tinta azul y tres de tinta negra. Y ya está. No lo comparo, no me da la gana. Estoy escribiéndote con él y es todo lo que necesito. Creo que tener dieciséis años, llamarse Martina y no haber tenido música es un asqueroso desastre. Porque si la hubiera tenido sentiría que pertenezco a algún sitio, supongo. Tener música es como tener un código. Y es extraño porque yo creo que sí tengo un código.

«You, who are on the road, must have a code, that you can live by»: tú, que estás en la carretera, debes tener un código según el cual puedas vivir. En inglés suena mejor, y rima un poco. Es la letra de una de las canciones que les gustan a mis padres. Creo que me dan grima porque gastan frases que me importan. O sea, desprecio, por ejemplo, a La Oreja de Van Gogh. Pero no les odio, no se lo merecen, ¿sabes?: «Mi corazón lleno de pena, y yo una muñeca de trapo», puagh, es una estupidez, babosa, me imagino a cualquiera oyéndolo mientras espera con el carro rebosante de yogures, detergente y jamón york en la cola del supermercado. Mi corazón, saco los yogures, lleno de pena, cojo el detergente, y yo una muñeca de trapo, saco la cartera. En realidad, no es música. Son sonidos empaquetados, como esos juguetes de bebés con pilas que dicen «pruébame» y aprietas y suenan cosas. La música, la de verdad, no suena: te atraviesa el cuerpo de parte a parte.

Es raro, mientras te escribo estoy viéndome escribirte y no me veo desde la puerta, sino más bien como si estuviera en la casa de arriba y el suelo fuera de cristal. Me tumbo en el suelo de los vecinos para ver cómo te escribo, con un codo apoyado en la mesa y el pelo tapándome la cara. Aquí arriba no hay nadie. Ni los vecinos, ni el perro de los vecinos. Y al mismo tiempo sigo abajo, en el cuaderno, contigo. Creo que me pasa esto porque desde hace unos días me he salido de la historia: la de mis padres, la del instituto, la de mi vida; la de lo que se supone que es mi vida, quiero decir.

[...]


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1 comentario:

  1. Y esto??? Es rarisimo.
    La chica esta un poquillo amargadilla ¿no? o_O
    Pero no acaba de desagradarme ^^

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